El tiempo del deseo: Jelinek

DESEO
Jelinek

(Envío un fragmento con el final de la novela Deseo de Elfried Jelinek. Casi todos los tiempos verbales están en presente o en subjuntivo y muestran el deseo de que algo suceda; o bien directamente en futuro, con la certeza de que algo va a suceder. Muy raramente Jelinek se refiere al pasado y lo hace con el pretérito imperfecto, o con el perfecto; no encontré el indefinido, típico del relato, que acá es siempre en presente. A veces usa el imperativo, como si la narradora les hablara a los personajes. Precisamente, me pareció interesante el/la narrador/ar que apenas aparece y que casi siempre habla en plural, es un “nosotros” -los lectores que vamos acompañando a la narradora en su escritura-. Al final, también la narradora/or dialoga con nosotros).

El director habla de con cuánta variedad de ideas frecuentará a su mujer después y los próximos días. Necesita agitación arriba, en su oficina, para que abajo su rabo se satisfaga y pueda dejarse atrapar por la mujer. ¿Quizá a la mujer le gusta algo especial que mañana perseguirá ciegamente al ir de compras?
Este hombre: La segura estrella de su mujer brillará sobre él hasta mañana
temprano, pace suavemente en su garganta, ¡pero mire a la carretera,
no aparte la vista! Las gotas siguen cayendo del hombre, sudor y
esperma, eso no le hace menor, más escaso, más pequeño. Sonriendo,
adora a su mujer, a la que ha mantenido bajo su chorro. Sus carnosos
testículos se asientan silenciosos en su nervudo tallo. Qué alivio
entregarse al conjuro de la noche, cuando no se tiene que salir
corriendo mañana a la oscuridad, uno entre muchos, deslumbrado por
la lámpara de la cocina. Cuando el fuego arde en un motor y en otro
más, uno mayor, en nuestro motor. Pulido, renovado, el director quiere
volver a subir a la cama con su Gerti y eternizarse en su boscaje, nadie
como él levanta tan rápido la pierna y se deja ir en un diluvio ardiente.
Quizá vuelvan a ser inundados por el suave griterío de sus cuerpos, que
quieren algo de comer, ¿quién sabe? La mujer quiere abrocharse el
vestido delante del pecho, el frío clava sus garras en ella. Pero el
hombre exige que ofrezca un poco de entretenimiento a él y a los
habitantes del distrito, en sus pequeñas antesalas del infierno, por
favor, Brigitte, oh no, Gerti. Vuelve a abrirle el vestido que había
juntado; aún no se ha extinguido, Gerti, quiero decir que todavía hay
algo que brilla en la ceniza. La calefacción aún no ha entrado en calor,
pero el hombre sí. Con él las cosas van bastante rápido, tiene en la
barbilla una herida causada por una uña de Gerti. No les sale al encuentro
ni un solo paseante que quiera florecer un momento con un
conocido delante de la casa. Nadie más que pueda ver el sello del poder
sobre la frente del director de la fábrica. Y por eso tiene que estampar
ese sello por lo menos a su mujer, como señal de que ha pagado la entrada
y también ha salido de verdad, valientemente, del calor de su
sexo al aire libre. En la cocina de los pobres, sólo se mantiene
encendido el fogón.
El hombre llama su amor a su mujer, sí, también el niño lo es. En el
dorado centro viven, en el cuadradillo del pueblo. Y astutamente, el
Gobierno reparte a la gente las ofertas especiales con el cucharón de
servir. Para que los propietarios de las empresas tomen sus decisiones
y puedan inventar sus disculpas acerca de cómo han desperdiciado las
subvenciones y los cuerpos humanos. Pueden ser felices siempre en
medio de sus bienes, y los demás hablan de penas en su pedazo de
tierra, pequeño como un pañuelo, en el que plantan cercas en cuanto
su semilla llega para más de dos. ¡Ya tienen que pensar en uno más!
Hemos llegado, el niño duerme en su cuarto.
Pacientemente, el niño duerme de la mano de Químicas Linz S.A.
Ahora nosotros también nos vamos a dormir, para tener un anticipo de
lo que precede a la Muerte. Para ello hay que empezar por tumbarse,
los pobres lo saben hace mucho, mueren antes, y el tiempo hasta
entonces se les hace muy largo. El hombre se vuelve una vez más a las
partes de la piel de su mujer sobrecargadas de cosméticos, enseguida
la seguirá a la cama disparando como un fusil. En el baño ya, un
agitado ruido de agua y convulsiones. Sin compasión, un pesado cuerpo
es echado al agua para hacerlo disfrutable. Sobre su pecho reposan
jabones y cepillos. Los espejos se empañan. La señora directora debe
frotar vigorosamente la espalda de su marido, sumergir humildemente
la mano en la espuma y seguir masajeando su poderoso sexo, que ha
quedado por entero en sus manos. Tras las ventanas, la Luna se desvanece.
Él ya la está llamando, el hombre y el medio kilo de carne (o
siquiera menos) que es su maestro. Ya vuelve a hincharse en el agua
caliente, y se alza como señor del abundante buffet frío de su cuerpo.
Después él bañará a la mujer, tras los esfuerzos del día, no hay de qué,
lo hace con gusto. Alrededor, los mortales viven de su salario y su
trabajo, no viven eternamente y no viven bien. Pero ahora ya han
cambiado del esfuerzo al descanso, en su pecho duerme una espina,
porque no tienen un cuarto de baile propio. El director diluye su cuerpo
en agua, pero siguen quedando suficientes metros cúbicos. Una vez
más llama a su mujer, más alto ahora, es una orden. No viene. Tendrá
que dejar que el agua lo ablande por sí sola. Pacífico, se desliza al otro
lado de la bañera; ¿va a tener que rugir para que venga? Qué
agradable es que el agua no lo cambie a uno, y no tener que aprender
a caminar sobre ella. Qué placer, y tan barato. Todo el mundo puede
permitírselo. ¡Que la mujer se quede donde está, oh nube de vaho,
llévame contigo! Abre el grifo del agua caliente, lo acaricia y se siente
pacífico, sereno. El agua susurra alrededor del pesado cuerpo, en el que
los duros músculos masticadores muelen la vida y tragan empresas. Los
pobres han caído también como agua de las rocas, pero por lo menos
se quedan donde están, en sus camitas, y no están todo el tiempo
suplicándole a uno, esos hombres lamentables a los que hay que pagar
suplementos. ¡Cómo van a parar ciegamente a las máquinas, de una
hora para otra, con las sagradas cuerdas que sus mujeres han tensado
trabajosamente en el bastidor de su cuerpo! ¡Tanta sangre! Y todo en
vano, en última instancia también los violentos latigazos de su corazón,
porque ya no hay en él sangre para impulsar. Y a veces los niños arman
ruido a las cuatro de la mañana, creo. Por lo menos uno o dos siempre
vuelven a casa borrachos de la discoteca.
Pero el hijo, tantos años sin ser querido, yace ahora en su cama, y la
pacífica Luna se pone. El niño respira pesadamente, recubierto por un
sudor frío; con esas pastillas en el zumo se descansa de un modo
totalmente distinto. El niño yace inquieto bajo la mirada de la madre,
que da a la cama con el pie para enderezarla. Mustio está el niño, y sin
embargo es todo su mundo: guarda silencio, como éste. Sin duda se
alegra de crecer, igual que el miembro de su padre. La madre besa con
ternura su pequeño bote, que el mundo lleva. Entonces coge una bolsa
de plástico, la pone en la cabeza del niño y la sujeta fuerte, para que su
aliento pueda quebrarse en paz. Bajo la bolsa, en la que está impresa la
dirección de una boutique, se despliegan generosas una vez más las
fuerzas vitales del niño, al que no hace mucho se ha prometido que
crecería y tendría aparatos de deporte. ¡Así ocurre cuando se quiere
mejorar la Naturaleza con aparatos! Pero no, ya no quiere vivir. El niño
tiende ahora al agua libre, donde estará del todo en su elemento
(¡mamá!) y se servirá de las gafas de bucear por las que sus compañe
ros aprenden a ver el mundo desde el principio como a través de un
sucio cristal: a tal punto ha sido su superior, un pequeño Dios de la
guerra, ágil en el trabajo, el deporte y el juego. Lo ven todo, pero no
ven mucho. La madre sale de la casa. Lleva al hijo en sus brazos, como
un ramo de flores por despuntar que hay que plantar. Desde las
cumbres por las que el niño ha bajado hoy, y quería volver a bajar
mañana (¡en realidad, el nuevo día ya ha roto, impaciente!), el suelo
saluda en despedida. Huellas irritantes en la capa de nieve. ¡Ahora
vagad, girad en torno al fuego, habéis tenido una experiencia! ¿no?
La madre lleva en brazos al niño; después, cuando se cansa, lo
arrastra tras ella. Bajo el delicado vestido de la Luna. Ahora la mujer
está junto al arroyo y, contenta, un instante después hunde al niño en
él. Un hermoso silencio hace señas, y también los deportistas se hacen
señas en cualquier ocasión, si es que hay público para verlas. Ahora, en
contra de lo esperado, las cosas han salido de tal modo que
precisamente el más joven de la familia será el primero en ver el
estúpido rostro de la eternidad, detrás de todo el dinero que, para
comprar, corre libremente por la Tierra cuando no lleva a alguien de la
mano. Gritando, los hombres compiten y piden buen tiempo. Y los
esquiadores suben a la montaña, da igual quién viva allí y quiera ganar.
El agua ha acogido al niño y se lo lleva, mucho tiempo después
quedará mucho de él, con este frío. La madre vive, y su tiempo, en
cuyas cadenas se envuelve, ha culminado. Las mujeres envejecen
pronto, y su error es que no saben dónde esconder todo el tiempo que
hay detrás de ellas para que nadie lo vea. ¿Deben tragárselo, como los
cordones umbilicales de sus hijos? ¡Muerte y crimen!
¡Ahora descansad un rato!
FIN DE “DESEO”

Comentarios

Hebe Solves dijo…
Jelinek acaba de ganar el Premio Nobel. Es una escritora muy audaz. Transcribí la ùltima parte de su libro Deseo. En esta escritura, a diferencia de lo de Di Benedetto, los hechos suceden en presente, acompañan la narración y en general, casi no hay referencias al pasado. En cambio, hay abundantes suposiciones de lo eu puede llegar a suceder.
Después de leerlo, es posible tomar este ejmplo para contar algo que esté sucediendo, en realidad; algo insignificante. Es un buen ejercicio contar lo obvio, mostrar los sucesos mínimos que pueden registrarse. Luego, como antes, reescribir, insertar sucesos imaginarios y combinarlos con los anteriores y hasta insertar sucesos que podrán suceder en el futuro (verosímiles o fantásticos).
Enviar el texto a
tallerliterario@hebesolves.com.ar

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