FALTA DE VOCACIÓN de Antonio Di Benedetto

Si se encuentran en el centro, al final de la mañana, vuelven juntos. Don Pascual le ha alquilado el departamento de atrás, es decir, de atrás de u casa, en el pasaje Romairon, y las mujeres se entienden, a pesar de la diferencia de edad. Además, a Segura le gustan algunas cosas que puede hacer con don Pascual, como jugar a las bochas, por ejemplo, o tomar de aperitivo un par de empanadas con vino blanco muy frío. Conversan mucho y están de acuerdo.

Sin avisarse el uno al otro miran en el mismo instante y ven al hombre que cae, de un piso altísimo, con un largo grito de miedo. El cuerpo contra el suelo hace un ruido aplastado, y se acaba el grito.

Don pascual y Segura quedan magnitizados. Segura, sin salir del trance, balbucea:

-Primera vez que me ocurre.

Después, en casa, puestas al tanto las dos mujeres, revisado y comentado el acontecimiento, don Pascual se recuerda y reclama:

-¿Por qué dijo “Primera vez que me ocurre”? ¿Le ocurría a usted, acaso?

Segura se explica: Con sus relatos policiales para el diario, él cuenta al público qué ocurrió y cómo; pero siempre llega después del choque o del crimen, tiene que revivirlo imaginativamente con testimonios e indicios. Nunca, hasta ahora, el suceso se desenvolvió ante sus ojos ni el alarido de la vícitima entró por sus propios oídos de cronista.

Don Pascual que, como cualquiera, ha leído infinidad de páginas policiales, realmente tampoco fue espectador de ninguna catástrofe ni de hechos violentos que merecieran la atención del periodismo. Por eso quiere cotejar la realidad con la crónica y espera el diario.

Ayer, minutos antes de que sonara la sirena que anuncia el fin de las tareas de la mañana, del edificio en construcción de San Martíbn esquina...

Aproximadamente lo que sabe don Pascual, con algunos detalles de individualización: Julio Funes, frentista, 32 años, casado, etc.

Pero Segura, que escribe todas las noches donde le pagan un sueldo, también escribe para un periódico donde nada le pagan. Es un semanario y cada viernes se lo trae a don Pascual. Don Pascual lo lee con cierta condescendencia: prefiere el diario de toos los días.

Ese viernes, sin embargo, encuentra algo que lo excita:

El miércoles, el obrero Julio Funes cayó del décimo piso del edificio en construcción en San Martín y San Luis. El obrero se rompió cráneo y cuerpo. Ni el edificio ni los andamios sufrieron deterioro.

Nada más. Sin embargo, esa noticia, que por su modo se ha vuelto diferente de la otra, le produce determinada excitación, de la que no habla.

Por ratos se pone a pensar tan abstraído que pone distancia entre él y la mujer. Ella, asombrada y en silencio, husmea.

Un día le dice a Segura que tienen que hablar y lo convida a Rodicar de la calle Amigorena.

Saca un papel y se lo pasa por arriba de la mesita. Segura titubea entre desdoblarlo o empezar con la empanada. Pero nota en don Pascual una especie de ansiedad o apuro. Lee:

En la estación de San Luis subió al tren el señor Bautista Frías. Con el señor Frías viajaba la hija, de ocho años de edad, llamada Ernestina.

Cerca de la estación de San Vicente, los demás pasajeros notaron que la niña estaba llorando sin hacer ruido. Observaron bien y descubrieron que el padre había muerto, sin alterar apenas su posición en el asiento, junto a la ventanilla.

Segura mira por encima del papel a don Pascual, que no se tiene de inquieto y vuelve a leer:

En la estación de San Luis...

No termina. Está ligeramente desconcertado. Pregunta:

-¿Qué es esto?

Don Pascual teclea con los dedos en la tabla y confiesa, a medias:

-Lo escribí yo...

-De acuerdo. Pero ¿qué es?

-Una noticia... Una crónica. Usted sabrá.

-¿Cómo una noticia o una crónica y que yo sabré?... Discúlpeme, don Pascual, no lo entiendo. ¿Es una noticia que me da para publicar?

-No. Para publicar no es...

-¿Cuándo ha currido esto? ¿Dónde?...

-Y... aquí, en Mendoza, creo yo.

-¿Y yo no sé nada? No puede ser, en el parte diario de la policía tendría que estar.

-Bueno, ocurrió en otro tiempo.

-¿Otro tiempo?... -a Segura se le ilumina la situación: -¿Cómo? ¿Cuándo, a ver? ¿Unos treinta o cuarenta años atrás? Porque ya no hay estación San Vicente. San Vicente se llama, hace mucho, Godoy Cruz.

Don Pacual confiesa: Quiso probarse, por si podía escribir una crónica como la del periódico del viernes. Pero no sabía qué contar. Sacó el tema de una lápida del cementerio.

Como está abochornado, lo cual se le pinta en la cara y se corrobora con la evidencia de que no ha tocado el plato, Segura colige que debe ser comprensivo y le dice:

-¿Usted quiere escribir? Bueno, hace bien. Pruebe otra vez y hágamelo leer.

Otro día don Pscual entrega otros papeles al periodista. Al ponerlos en sus manos lo hace con la sonrisa confiada de quien cree haber acertado.

Esther y Stella estudiaban juntas para ser maestras.

Esther era pobre y cuando el padre murió todos creyeron que tendría que emplearse. Sine mbargo, ella y la madre comieron menos, la madre trabajó más y Esther continuó estudiando.

Stella le prestaba los libros y, con la autorización de su propia madre, las zapatillas de goma y algún delantal blanco en caso de apuro.

Esthr era pobre y Stella era rica. Pero las dos ern igualmente felices cuano se recibieron y vino un fotógrafo y las cuarenta compañeras posaron en conjunto, cada una con una flor en la mano.

Esther, que era bonita, se casó y nunca tuvo necesidad de ejercer. Stella, que no era bonita y no precisaba puesto, consiguió uno en la escuela N 1 de la capital y por lo tanto ni siquiera tenía que viajar en ómnibus a la campaña, como las demás maestras nuevas.

Cuando celebraron los diez años de ser maestras -no los cuarenta, porque una había muerto de parto- Stella, que ya era vicedirectora, le pidió algo a Esther. Le dijo: "Ether, tengo que pedirte una cosa." Esther recordó todo lo que Stella le había prestado mientras estudiaban y le contestó: "Lo que quieras, todo lo que quieras."

Stella le pidió prestada la voz por una noche, para ir a una fiesta. Porque Esther siempre poseyó una hermosa voz y cuando criaba a sus dos niños no tenía mucho que hacer en las tardes y estudiaba canto. Esther dijo que sí y Stella fue a la fiesta con la voz d la amiga.

Al otro día, al devolvérsela, a Stella le brillaban los ojos, y le dijo a Esther: "Ahora tengo novio. Gracias, Esther.", y le besó una mejilla.

Segura siente necesidad de prguntar, como antes: "¿Qué es esto?" Se contiene. Procura poner inteligencia y tacto para no herir, y tal vez, para no destruir:

-¿Esto ha sucedido, don Pascual?...

Don Pascual se sobresalta. Esperaba un juicio aprobatorio.

-Tanto como suceder... más o menos.

-¿Más o menos?...

-Es un drama social.

-¿Un drama social?

-Sí. La huérfana, la madre que se sacrifica... No sé si me expreso bien.

-Sí, sí. Eso está bien. ¿Pero ese préstamo de la voz?... ¿Cómo pued ser, don Pascual?

-Ah, eso. Es que yo no quería un final dramático... -titubea- como los suyos. Y contar la verdad de lo que sucedió con Esther y con Stella es muy vulgar.

-Ah! -ahora el sorprendido es el periodista.

Recapacita y empieza:

-Don Pascual, ¿usted sabe qué es la literatura fantástica?

-Y... más o menos.

-No. Más o menos no. Literatura fantástica es esto que ha hecho usted. Esto es literatura ingenua y es literatura fantástica. ¿Quiere que le explique más?

-Bueno. A ver.

En el diario, Segura le pasa el papel a un colega:

-Leelo.

El colega lo lee y se lo devuelve:

-No está mal. ¿Lo escribiste vos?

Segura responde con un entusiasmo que parece protesta porque el colega no valora como él:

-No. Lo escribió un escritor nato. Una revelación!

-¿Un chico precoz?

-Qué chico precoz. Cincuenta y siete años, jubilado municipal, cuarto grado, cuarto grado!

Otro periodista pide:

-A ver...

Y un compañero se sale del escritorio y se acerca al papel.

Segura espera que terminen. Está impaciente por la opinión.

El que pidió, levanta la mirada.

-¿Seguro que no tiene más que cuarto gado? Habrá escrito toda la vida. Un redactor literario consulta:

-¿Es para el suplemento?

Segura no había pensado en esa oportunidad para el amigo:

-¿Te parece?

-Parecer, me parece. Con otro final.

-¿Así, no?

-Mucha fantasía.

Interviene el que pidió el papel. Desdeña esa opinión:

-Mucha fantasía!... Mucha fantasía!...

Ya le ha indicado que no piensa igual que e. Ahora le dice, como si lo invitara a ser más comprensivo:

-Si al fin y al cabo, el mundo está hecho de fantasmas...

Segura asimila el diálogo de la oficina. Se afirma. Elabora algunos planes generosos. Recoge la suposición de que don Pascual tiene que haber escrito toda la vida. Le pregunta y don Pascual lo admite: Sí, tiene varios cuadernos llenos. Aunque es otra cosa y no puede confiárselos a nadie. Cuenta en ellos cómo eran sus compañeros de la Municipalidad y... alguna cosas que ocrurrieron en la Municipalidad, con aquel gobierno, y con el otro y el otro. Segura es de confianza, pero no le van a gustar. Cuando los hice, "Todavía no sabía escribir".

Como confirmación de que ahora sabe, y de que, ha entendidio qué es la litwratura fantástuica, le entrega otro papelito:

De noche, la sombra de lo árboles es de las parejas.

En la mañana, cuando los árboles han recogido su sombra encubridora,en mi vereda encuentro una pareja todavía entrelazada.

Con discreción, para advertirles que ahora serán vistos por todos, toco el hombro de él. Caen los dos al suelo y no se mueven.

Mientras busco un teléfono para llamar a la policía, me pregunto ansoisamente si ha sido un suicidio de amor o si soy yo quien los ha matado.

-Sí, está bien. Está muy bien. Sólo que no debe intentar otra vez los dramas sociales. No son para usted. No los haga tan cortitos. ¿Es su estilo? Bueno. Pero así nunca podrá armar un libro. ¿Le faltan temas? Bueno, imaginación no le falta. Dedíquele más la cabeza y los temas vrndrán solos.

Don Pascual dedica la cabeza. Obedece. Tanto que la esposa se alarma y se fastidia, aunque no se atreve a oponerse. Don Pascual escribe con ostentación y cuando toma el lapicero es prudente que ella aleje visitas y traquetee menos por el patio. Sin embargo, cuando está pensando, puede golpear el bale y las cacerolas, puede cantar y hablar a gritos con la vecina por encima de la pared. El hombre permanece tirado en una silla, como encogido por el dolor de pensar, y ella se compadece de él poque cree que, de viejo y con esos raros deseos, está un poco ido. Entonces hce más ruido, para ver si lo depierta. Es otra manera de sacudirlo o de cachetearlo. Don Pascual se deja.

Seguro aplica un ferviente afán de impulsarlo, como si temiera que la vida del revelado escritor se extinga antes de realizar su obra. Lo vigila, controla la producción. Rara vez le discute lo que hce. Sólo le exige que rinda.

El gato de casa tenía cara de bagre.

Se lo decían, le hacían la broma de que lo iban a meter en una pecera.

Él cogió la ocurrencia con una vanidad exagerada. y se puso a presumir de bagre.

Otro gato se lo comió.

-¿Todos, ahora, van a ser de animales? Éste es el quinto.

-Y qué quiere, Segura, me da.

La mujer, desde la cocina, secándose las manos con un repasador, piensa: "Esta vez lleva razón. Le da. Vaya si le ha dado." Está gravemente preocupada. Sólo la desarman la complicidad y la complacencia del inquilino, ese hombre que pretende saberlo todo.

Don Pacual tiene sus cuidados, viejos reparos de siempre, antes de declararse escritor, lo apartaron de ciertas tolerancias vulgares.

Las moscas le repugnan con sólo verlas. Si alguna altea con insitencia cerca de su plato, se niega a comer.

Ahora es de noche. Cenan en un comedorcito a la medida los dos. La mujer se levanta para traer el segund plato. Don Pascul se queda solo y desubre el vuelo de estudio de una mosca que elige plato para posarse. Don Pascual agita las manos a fin de alejarla de la comida, apaga la lámpara del comedor y enciende la del patio contiguo. Sabe que la mosca se dejará seducir por la luz. Entorna la puerta. Mueve los brazos. A través de la semiclaridad que entra por el vano, sale como un proyectil el pequeño cuerpo negro. Lo sigue con la mirada. Constata el trasldo. Ve desplazarse como un puntito que, en cierto momento de su trayectoria... aletea con alas descomunales para su tamaño y se abate contra el farolito del patio! Es un muriciélago, que sube, baja, gira en torno y permanece cautivo sin sosiego de la luz que irradia el foco.

Don Pascua siente como si una mano, omo si su propia mano más fuerte, le hubiera capturado el corazón y se lo estuviera apretando.

Sin declinar la mirada del aleteo que qué ve, llma a la mujer, que viene llegando con la fuente y se aprecibe de su voz de angustia.

-¿Qué te pasa, Pascual?

-Mirá! Mirá! ¿Qué ves?

-¿Adónde?

-Ahí, ¿no ves? En el patio.

-Pero... ¿adónde?

Ella mira afuera y vuelve la mirada a él, con aprensión.

-En el foc! ¿qué ves? ¿Qué hay?

-¿En el foco?... -ella se esfuerza por ver, pero tiene que comunicarle: -Nada, nada. No veo nada.

El sí ve.

-¿Nada? ¿Nada?

-Nada!

-¿Nada? ¿Ni un murciélago?

Y cuando está preguntando, cesa de ver el murciélago.

Calla. Queda como marchito.

La mujer enciende la luz y le examina el rostro.

-Viejo, ¿qué te ha ocurrido?

Él hubiera preferido que siguieran a oscuras, un rato, hata que se le pase.

A don Pascual le gustan las cosas dulces. Todas las noches, al acostarse, le agrada ponerse un confite en la boca, un confite grande, de almendra. Pero esta vez descuida la costumbre.

La mujer, mordiendo su alarma, procura que don Pascual repose y se esmera en los últimos cuidados del día. Cuando él entra al lecho, le alcanza la bolsita de La Balear.

-Viejo, ¿no querés uno, esta noche?

Don Pascual la mira como volviendo de una distracción. Dice con el gesto: "Ah, sñi", y toma un confite. Lo deja en la boca, y se olvida de chuparlo. El confite permanece alojado junto al carrillo izquierdo.

Al drmirse, sobre el costado del corazón, don Pascual sueña que se le ha salido un ojo y que lo está aplastando con la cabeza.

Se despierta gimoteando como un chico.

En la mañana parte temprano. Esquiva a la mujer.

Al regresar, le prescribe con severidad: "Para Segura no estoy."

De este modo lo elude, hasta que Segura lo atrapa y entonces arguye:

-Tuve que andar saliendo. Cosas.

Segura desconfía y le concede una tregua, pero no resiste mucho tiempo la falta de papeles y quire sabe qué ha pasado con su cuentista.

-No ha pasado nada, Segura. sólo que hay cosas que no pueden ser y eso es todo.

-Cómo que no puden ser!... Usted podía. Usted puede, y no debe parar.

Don Pascual hace un ademán que pretende borrar o frenar la seguridad del periodista y declara:

-Tarde me equivoqué, tarde lo supe. De viejo me agarraron con ganas las ilusiones de ponerme a escribir. Qué me iba a imginar lo que cuesta ser escritor; todo lo que hay que pensar y el tormento que es inventar para que, al final, uno descubra que la imaginción se le ha puesto tan fácil que trabaja sola y empieza a soltar monstruos. Demasiado peligroso, digo yo.

Todvía don Pascual reniega un poo, y como Segura amaga salir con otro argumento, le espeta con firmeza:

-Yo-no-es-cri-bo-más-cuen-tos-que-de-es-os. Entiéndalo bien y quíteselo de la cabeza!

Ante la embestida, Segura, prudente, se retrae, y don Pascual se aplaca y se arrepiente. Propone un principio conciliatorio:

-Para ser escritor, ¿no es cierto?, hay que tener vocación. Y bueno, pongamos que a mí, me faltó vocación.

Comentarios

Hebe Solves dijo…
El pimer impulso del que quiere expresarse con la escritura puede ser el de contar algo.
En el caso del personaje de este cuento, comprende, primero, que contar es siempre en tiempo pasado: se cuenta algo que fue (por ejemplo, una estación de tren que antes se llamaba de otra manera). Hay una distancia temporal entre los hechos y los relatos.
Segundo, descubre que hay diferentes maneras de contar lo mismo: más o menos información, comentarios, uso de nombres y de epítetos, adjetivación. En fin, se enfatizan unas cosas sí y otras no.
También comprende que puede inventar lo que no sucedió y la imaginación se activa.Y finalmente, también descubre que puede inventar lo que no puede suceder, lo fantástico.
Si tu caso es el de querer contar algo, podés empezar por ahí: contá por escrito con dos versiones, como mínimo. primero, sé fiel a los hechos. Luego, inventá algo de modo que no se pueda adivinar qué es inventado y qué no. Finalmente, si te animás, inventá lo imposible.
Enviá el ejercicio a tallerliterario@hebesolves.com.ar

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