Ah... el tango

(Busco una analogía entre la improvisación en la danza y la espontaneidad del verso y reflexiono sobre la identidad de la mujer, hoy. Supongo que la libertad creadora se funda en el desnudamiento de la verdad. Destaco el juego y el diálogo entre hombre-mujer, valoro la diversidad, el cruce de discursos y la conexión dinámica entre cuerpo-movimiento-símbolo. La modulación de tantos elementos lejos de explicar algo, insiste en el misterio, la contundencia sensible del aquí y ahora, la potencia del abrazo.)


Por la época en que reaprendía y practicaba la danza del tango en el estudio de Dinzel escribía todos los días un largo poema: La Vecina del río. Sí, todas las mañanas escribía, casi soñando, reviviendo, injertando y combinando una a una las visiones ancladas en palabras, acarreando paisajes sepultados por el tiempo, presencias, esperanzas. Porque el verso espontáneo es espera y anuncio de lo que vendrá, pregunta sin respuesta.


Fue muy intensa la experiencia de reunir palabras, cruzar discursos, sostener emociones contradictorias. Muchas veces, en el poema los nombres y las frases se componen y entrecruzan como parejas desparejas, imposibles. Igual que en la pista de baile, donde se junta lo distinto hasta el disparate. Cuerpos y palabras como saliendo al ruedo luego de un destierro doméstico y mortal, para abrazarse.


Y la frase que terminaba imponiéndose, al azar, tenía cierto ritmo, lo que iba diciendo reinventaba el mundo, lo desmontaba y lo volvía a armar, como un tema musical modulado de mil maneras. Por analogía, pienso que los versos se engarzan y se desplazan, creando una coreografía propia, como las figuras improvisadas que van de un punto a otro punto de la pista (dice Dinzel que el tango se baila punto a punto, no en línea, como el folklore).


Escribiendo, recorría y reconocía un espacio inédito con la sinuosidad de la música y la pausa del silencio. Estoy agradecida. Todo aquello fue un viaje. Un reencuentro con la juventud, la figura de la Madre-Mujer como sacerdotisa del agua, yo misma, atemporal, deseante, amada y aún denigrada, sometida y libre.


La Vecina del río fue el punto de partida: un homenaje a la pintora Vicky Linares, madre, abuela y bisabuela, mujer creadora e independiente que vive en la costa del río, paraíso perdido de mi niñez. Es la protagonista, la Mujer, en alianza con el Hombre y su potencia viril, la erección y celebración del mundo vivo en la corriente fulgurante del agua -contaminada y todo-, triunfante sobre las cenizas y el rescoldo, las olitas haraganas, los huevos de sapo, el IVA, las lámparas dicroicas, la risa, la dulzura, la basura, los altavoces, el balanceo del juncal, la picana, la tevé, los patos vica, las mallas de lana y el horror, todo eso escenificado en el balneario de El Ancla y la costa del río de La Plata a la altura de Vicente López, en su antiguo modo de ser o como basural o cementerio a cielo abierto, en estado casi de re y des-composición. Y sobre todo, la presencia renovada de lo desconocido, el misterio que, pese a la lucha por el poder y la voracidad desatados hasta la locura, sigue sucediéndonos.


Tiempo después mi mundo ya era un poema, con su diaria cuota de goce y juego, porque… ¡cómo me burlaba de tantas cosas, escribiendo! Afirmaba, con cada serie de palabras, tanto como ponía al desnudo. Cuando conseguí injertar aquella sentencia de Nietzsche citada por un milonguero: “El hombre, con su látigo (sic)/ sale a cazar mujeres” (dos heptasílabos que reuní en uno solo verso), y la advertencia: "Cuidado, que en este barrio tienen dueño", sentí que la cacería me hacía libre si la nombraba. Que la verdad me hacía libre. Y tenía dos caras, como el tango, o la palabra látigo.


Y también me regocijé nombrando y volviendo a nombrar todos los pertrechos y abalorios que rodean emblemática y fastidiosamente al conquistador y la dama, al ama de casa, a la puta, a la novia y a la hermana, a la loca, a la actriz y a la empleada de oficina.


Luego, cuando apareció la frase deliciosa de “La supremacía de los hombres/ levanta nuevos edificios armados/ con alarmas/ para guardar mujeres, perros, niños” ... ¡qué felicidad! ¡qué goce reírme del mundo de supermercado que vino a reemplazar a "La Ribera" y al “Río inmóvil” (2) de mi adolescencia y hacer de los preciados barrios de la costa una fortaleza de gente domesticada con casetas de seguridad! (El barrio desconocido, transformado por el "progreso", un tema bien tanguero.)


La escritura duró más de tres meses. Todas las mañanas me levantaba y con la energía del sueño escribía, taza de café en mano y camisón puesto. Hasta que un día no supe qué escribir, había soñado la vuelta a la juventud, a la infancia, al borramiento del yo, al vacío, al pecho a pecho con el mundo, al misterio del amor, la muerte y la resurrección. Los últimos versos del poema fueron:

“Del hueco del no ser, estando/ puede brotar la masa ígnea/ del centro de la Tierra/ que hace bullir el océano/ en las profundidades (dicen)./ Del hueco, del vacío, los biguás/ enfrentando el aire del oeste/ regresarán a planear sobre el río./ Hasta que un mundo de otro mundo/ inunde al desolado/ escardando los yuyos de las inmobiliarias/ y carpiendo la tierra/ para quitar raíces,/ capital, intereses/ al tirar de la red/ que arrastran los caballos/ en la playa desierta.”
Puede que "el hueco del no ser" que nace y compartimos en el abrazo tanguero sea el vacío -prescripto por la filosofía zen- donde se aloja el amor, el misterio; eso que sigue latiendo sin uno, pese a uno, cuando lo abandonamos para volver al ring. Ese latido habrá generado el poema, hiedra que crece, como el tiempo.


III Técnica y poesía


(En este texto abordo detalles de la construcción poética desde el punto de vista órfico, la dinámica que da forma a una misma energía vital en la música, la danza y el verso; intuyo la marca local del tango en las escrituras de Olga Orozco y abro la posibilidad de una comunión entre artistas (cultos y/o populares) por fuera de la singularidad y especificidad de los lenguajes.)


Releo La Vecina del río y veo -con espíritu tecnicista- que sobre el final ganaron los heptasílabos, que copiaban espontáneamente la medida del título (la/ve/ci/na//del/rí/o). Los distribuí dentro de versos libres, pero se despegan por su propia sonoridad. Alguna vez había observado un ritmo semejante en los poemas de Olga Orozco y seguramente esa pauta modular reapareció en La Vecina del río, donde dialogué sin pensarlo con tantos poetas, pintores, músicos, escultores, filósofos, cineístas, bailarines y narradores, vivos o muertos.

Pero también me pregunto si el ritmo adoptado tan insistentemente por Olga Orozco, que permite subdivir sus largos versos en finas emisiones de siete en siete, tendrá alguna relación con los pasos básicos del tango, con variantes de pausas, invasiones y cruces. En el esquema de ocho pasos, cuando la mujer cruza y el hombre junta, en el cinco, de hecho hay una pausa dinámica, de tal modo que el desplazamiento se hace, en realidad, a lo largo de siete pasos y sobre ocho tiempos (dos compases).

Y hablando de pasos, de paso, no puedo dejar de recordar la emoción incalculable de haber escuchado a Olga Orozco cantar aquello de "Lastima bandoneón…" para llevarme "hacia el hondo bajo fondo/ donde el barro se subleva" en mi propia casa, con su voz única, cuando vivíamos en un departamentito de la calle Tucumán mi marido, mis tres hijos y yo, década del sesenta, tiempo de los bastones largos, cuando el tango sufría el ninguneo de la moda mientras el amor al margen era perseguido en los hoteles de paso por el comisario Margaride y se clausuraban sindicatos, partidos políticos, centros de estudiantes, bares y hasta carreras universitarias.

Ahora hay milonga. Muchas milongas. Yo bailo a veces, con el que me saca. Voy con miedo y esperanza, y salgo feliz. Los bailarines –mujeres y hombres (y los/as poetas) - tememos al fracaso como cualquier otro artista. Somos vulnerables porque le pedimos mucho a la vida. Le pedimos sentir y saber. Como si estar en el mundo fuera una oportunidad, algo “de otro mundo”. Claro que también tenemos la certeza de poder hacer lo que amamos: quién nos quita lo bailado y lo que vendrá.

Finalmente, la experiencia de danza y escritura que acabo de relatar a dos bandas es una forma más de sentir, hacer y tomar conciencia de lo hecho, una suerte de poética. Nada se sabe hasta que no se cuenta. Y nada se siente hasta que no se canta. Por eso este cuentito, y por eso La Vecina del Río, una historia cantada de resurrección, amor y muerte.


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