Alberto Girri, poema/poética

Reproduzco primero el fragmento final del poema Byron Revisited de Alberto Girri. El poema (que es también una poética) menciona tres actitudes posibles del poeta: el que se entrega a la potencia del sentimiento; el que obedece a la exaltación y la afectación del romanticismo personificada en lord Byron y, finalmente, el que busca la voz intransferible, la que resuena en "la carga del verso". Esto último es
"lo que permanecerá inmune,
la peculiar carga del verso
(juego literario aparte,
aparte estilo, manera,
trucos, esfuerzos retóricos
en pos de una individualidad),
exigiéndonos aceptar que ella,
-no el desplante verbal-
es lo decisivo
y lo que su inmoralidad ofrece
como postura (fecundo germen
del que puedes extraer tu materia,
tu oído, forjarlos
en medio de asociaciones,
referencias, símiles),
la traicionera y dulce idea
de un tono que sea exclusivo de ti,
byroniano por el ímpetu
pero adecuadamente moderno
en los detalles,
al nivel de tiempos y torturas
un poco viejos hoy, tan temidos
como entonces,
cuando el insociable lord componía."


(Y sin embargo, querido Girri (a quién ya no podemos convencer de nada, porque no está entre nosotros), los "tiempos y torturas/ un poco viejos hoy" se intensificaron, pese a los alaridos y las transgresiones byronianas. ¿Tal vez por eso la carga del verso -con su "inmoralidad" espontánea- regresa en los detalles, cuando la creencia ya no coincide con la verdad? Pero regresa, sí, en la verdad de ser ella misma, un ímpetu no voluntario, inevitable.
Y otro sin embargo: ¿acaso no hay una ficción de (o exigencia de) moralidad en el juicio de la "inmoralidad" que Girri le adjudica a la carga del verso? ¿Es que la carga del verso, -espontánea, a veces contradictoria, desconcertante y siempre sospechosa- es lo insociable, lo desconocido para el propio poeta?).

BYRON REVISITED


Primero el simple, fiel
reconocimiento de esos
que se guían por lo que sienten,
lo que creen sentir,
y cuyo tributo
es acercársele
como para tomar una flor,
recapturar briznas
de cantos,
como enamorarse
y cándidamente
arrojar
luz en devotos fragmentos,
fósiles, la amarilla
fronda de un alma
presa del tedio, aislada
en su privilegio
de amistad con el Ángel.

Luego, el desdén crítico
paseándolo en un territorio
pleno de exageraciones,
algo gótico, la sumisión
al confuso siglo romántico,
a lasitudes
que tocan pasadas grandezas,
intimidades en desuso;
y la obra
entrelazada al escándalo
que se entrelaza con la precocidad
de un gigante, un cojo, un pie maltrecho
deshaciendo desde niño
innúmeros brazos.
Agréguense
sus afectaciones, las ahora
módicamente seductoras poses,
el Maldito, el Amador, el Libertario,
el Protestante moderado y flexible,
su oculto empeño
en hacer coincidir arte y creencia.

Y a través de unos y otros,
sin signos de fatiga,
lo que permanecerá inmune,
la peculiar carga del verso
(juego literario aparte,
aparte estilo, manera,
trucos, esfuerzos retóricos
en pos de una individualidad),
exigiéndonos aeptar que ella,
no el desplante verbal,
es lo decisivo
y lo que su inmoralidad ofrece
como postura, fecundo germen
del que puedes extraer tu materia,
tu oído, fojarlos
en medio de asociaciones,
referencias, símiles,
y la traicionera y dulce idea
de un tono que sea exclusivo de ti,
byroniano por el ímpetu
pero adecuadamente moderno
en los detalles,
al nivel de tiempos y torturas
un poco viejos hoy, tan temidos
como entonces,
cuando el insociable lord componía.

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