De Piazzolla al Zorzal

¿Por que la sonrisa de Gardel? ¿Qué felicidad comparten el poeta, el músico, el bailarín, el cantor? ¿Hay un goce inefable más allá del dolor y el placer?


La música del verso ha sido destronada por poetas y escritores demasiado lúcidos como para llevarles la contra. Algunos, en su lugar pusieron la Pasión (Macedonio Fernandez) o la realidad y el humor (Educardo Wilde). O la tensión, como Alberto Girri. Otros, como Gombrowicz o Platón, renegaron del poema y a otra cosa. A mi se me ha dado por reivindicarla. El argumento principal es la espontaneidad del canto; a veces, lo inevitable de su aparición...


BYRON REVISITED
de Alberto Girri, 1964
(fragmento)

Primero el simple, fiel
reconocimiento de esos
que se guían por lo que sienten,
lo que creen sentir
y cuyo tributo
es aercársele
como para tomar una flor,
recapturar briznas
de cantos,
como enamorarse
y cándidamente
arrojar
luz en devotos fragmentos,
fósiles, la amarilla
fronda de un alma
presa del tedio, aislada
en su privilegio
de amistad con el Ángel.

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"Recapturar briznas de cantos" es algo que se puede hacer deliberadamente o no. En Piazzolla, es un trabajo consciente. La melodía típica del tango, la frase tanguera, truncada, repetida, con variaciones, emerge de tanto en tanto para recordarnos que existimos, que seguimos estando ahí, su música es tango, hay una marca de identidad semejante a la huella que estampamos en nuestro documento.

Pienso que algo semejante sucede en la poesía contemporánea, más existencial que metafísica. Una poesía que se va haciendo al andar y que, muchas veces, sigue el rastro impensado de una música continua.

¿Hay música del pensar? ¿Sigue una modulación el discurrir de Girri? ¿O es que el poema convoca lo perdido, las briznas de canto que ya no quiere nadie, como si molestaran al personaje rudo y machazo que cultivan las series de televisión como ejemplo de lucidez?

Hace años fui a escuchar a Hegberto Gismonti. La experiencia, en una ciudad citiada por la muerte, fue reveladora. Êstoy escaneando el texto que escribí entonces para explicar mi adhesión a la música del verso, incluso en su versión tradicional (por esa época, la medida y el canon me regalaban la protección de padres imaginarios, desde Manrique a Celedonio Flores). Voy a copiar este texto en el blog. Por ahora, vuelvo al tema y encuentro que la espontaneidad de la música es la que rige al pensamiento en libertad.

Porque el poema existencial es expresión espontánea, el que escribe se deja llevar, y luego se mira en el verso, se descubre y retoma y sigue, tiene otra oportunidad. Estamos en el poema, detenemos el tiempo, ya no queremos (como en la vida de todos los días) llenar con palabras (o llantos, o risas, o quejas, súplicas y demandas, o fórmulas mediáticas y gestos de autómata) el vacío de no saber, no saber qué hacer, no saber qué sentir, no saber qué camino tomar.

Es el fin inesperado del verso ("la carga del verso se termina"...) lo que nos invita a... profundizar el enunciado buscando variaciones, aceptando y explorando lo imprevisto como salida de la repetición, y aprovechamos la pausa como lugar de concentración dinámica de la energía, como un pensamiento que golpea y se afila a sí mismo, callando. Por eso el corte es quietud, ins/piración, calma. Una calma tensa donde todo es posible. A semejanza de la danza del tango, en la que se bailan las pausas.

Nunca me asombró que Girri amara el tango. Cuando lo conocí (1975, un fusilado en el obelisco, ocho cadáveres embolsados amaneciendo en la callle Chacabuco, sirenas, el caño de las ametralladoras emergiendo de las ventanillas de los autos) sabía que había estado casado con Leonor, la amante de mi primer marido. Los dos compartimos una misma traición al mismo tiempo, sin conocernos; nunca se lo dije (¿el, lo sabría?).

Yo pretendía hacerle un reportaje para el periódico cooperativo donde estaba trabajando, que no tenía nada que ver con la poesía ni con él; se negó rotundamente pero me recibió en el departamento de la calle Viamonte y charlábamos, los dos sentados en sendos sillones con orejas, un vaso de wisky en la mano cada uno, la biblioteca de fondo (muy Wallace Stevens todo aquello). Al final, no sé cómo, me preguntó: -¿Así que a usted le gusta el tango? Y, absurdamente, me desafió: -A ver, cante algo... Yo, temblando, la emprendí con De tardecita ("Volvés de tardecita/al barrio lindo que te vio/ en otra tardecita/ irte siguiendo una ilusión/ ves que todo todo está igualito/ nada ha cambiado el nidito/que alegraras con tu risa ayer/ y aunque vuelvas desolada/sabrás que la muchachada/te sigue queriendo bien").

Tan correctos los dos y sin embargo, entendió algo de mí que seguramente yo misma ignoraba. El Maestro. Ante él rendí examen de poeta, cantando. ¿Cómo puede ser?, dirá más de uno. Aceptó que le dejara mi poema Calle Corrientes escrito a máquina (lo había llevado por exceso de esperanza) y a la semana tenía todos sus libros en casa, me los mandó por correo, dedicados. Al despedirnos nos dijimos que, pese a todo, "es preciso cultivar nuestro huerto" (Voltaire: Cándido) y fue la esperanza ("cándida") del que labra la tierra lo que nos dimos para resistir el temporal. ¿O la amistad con el Ángel?

Esta fue una historia más, y la historia es otra clase de pausa. El acontecimiento, lo incontable que se cuenta. Detener el tiempo para ponerlo a andar de otra manera. Es en esa quietud, precisamente, donde y cuando se reúnen todas las posibilidades, la energía se siente como impulso deseante, se renueva, es pura potencia: ”en la quietud está la posibilidad de todos los movimientos”. El silencio del final del verso provoca esa expectativa y paradójicamente, ayuda a volver atrás, invita a leer el verso nuevamente, sentirlo, imitando el movimiento de la ola que avanza y retrocede sobre sí misma.

El discurso poético es un hablar callando, tomando aire, meditando, interrogando. Y de la pausa surge el verso que sigue. La alegoría de una ficción supone que el océano de lo no dicho (¿Dios? ¿El diablo? ¿La Musa? ¿La voz de los sin voz? ¿Las estructuras del lenguaje? ¿El inconsciente?) empuja a la pequeña ola del verso, que llega o no a la playa.

El ritmo y el esquema de la danza, en el tango, crean también una expectativa semejante por lo que vendrá. Un giro poético, una espera. La mujer desconoce qué movimientos hará el hombre pero la quietud dinámica alienta la comunicación entre los cuerpos, ambos se rozan, se adivinan, el abrazo es una correa de transmisión al tiempo que un cable a tierra. Entonces el hombre siente el desafío de seguir, de llevar a la mujer consigo, la invade, se hace cargo del papel de guía, e improvisa una movida cualquiera, espontánea y al mismo tiempo pensada en el aquí y ahora, como descubriendo una posibilidad de estar en el hueco de la pista que van dejando los otros bailarines.

La improvisación, en la danza del tango, es una creación espontánea y dirigida (un oximoron, sí), y dibuja una forma que expresa el deseo, la aceptación y el acuerdo entre los dos, hombre y mujer. El esquema trazado interpreta las variaciones de la música y da forma a la subjetividad, a la afección que los dos bailarines ("esos/que se guían por lo que sienten,/lo que creen sentir") van manifestando hasta que llegan al punto final. Una forma de enlace múltiple tal que la pareja se hace parte de la orquesta y define una posibilidad fugaz y certera de estar en el mundo.

Lo culto es lo popular, sostengo. Y la escritura poética -entre nosotros- no niega la sensibilidad tanguera, el juego y el desafío. Es una forma de sentir y pensar, una suerte de partitura que implica unos movimientos del ánimo que son otra danza, la modulación sensible y la meditación de donde brota la idea. Hastiado de sí mismo (el "tedio" que nombra Girri), el o la poeta acuden a la escritura, al ritmo espontáneo, a la nana de la memoria. Es en la impotencia y la invalidez del adulto donde el poema promete su esplendor (aunque no lo alcance). Nunca surgirá de la autocomplacencia, del placer escolar de usar un lenguaje consagrado, “bello”, clasificado y en préstamo. Nunca de la seguridad de ser poeta porque se usa la escritura prestigiosa que la moda intelectual puso en escena, con éxito. No hay variación en la copia, sólo disimulo, disfraz, la monotonía del hábito, cuanto más intelectual más aburrido.

Cómo puede el no sentido de saberse vivir como un monte desmalezado por la avaricia en el tiempo de un mundo que tiene los dìas contados (y sin contarse) encontrar respuesta, consuelo y esperanza activa repitiendo un mantra ineficaz. Y sin embargo, aunque toda la poesía del mundo, las verdades objetivas y la belleza del arte no alcancen (no alcanzan-por lo visto-) para detener el suicidio, el genocidio, el canibalimo, la miseria, el dolor, la avaricia, el desamor, la estupidez de los hombres, "los pájaros" (vaya a saber por qué) "cantan hasta morir".

En la escritura sin cortes (como lo es la prosa), las comas, los puntos y demás convenciones gráficas van pautando el enunciado según su lógica interna, pero la expectativa emocional (o el estado esperanzado que provoca la música) no existe -salvo en los muy buenos narradores-: lo que interesa es la información en sí, la verdad comprobable, el razonamiento coherente, la cohesión que va enhebrando los sintagmas.

En los mejores casos, el fin de la prosa es desarrollar ideas florecientes, pensadas en la experiencia caudalosa de la vida o el laboratorio, en la investigación periodística o científica, ideas sabidas, intuidas de antemano. Porque las prácticas en los más diversos campos son motivo de descubrimiento y acceden a nuevas significaciones. Y hay que difundir esos descubrimientos, explicarlos, justificar su validez. La prosa se parece a una caminata cuyo fin es decir algo, probarlo y llegar a algún lado, a diferencia del baile o el poema, que van "haciendo el camino al andar", bailando, escribiendo.

Claro que la filosofía, tal vez, interrogándose, es otro camino discursivo que hace nacer, del aquí y el ahora de la escritura en acto (dramatizando y modulando la emoción) un decir antes no dicho.
Sí. Cierto, el de la filosofía puede ser un discurso creador, pero se le impone la racionalidad (que es su peculiar belleza, en este caso). Esa racionalidad es un modelo, semejante al esquema de las danzas populares que el tango, con su propuesta de improvisación, transgrede. Felizmente, la filosofía puede también transgredirlo y ser el escándalo de lo dicho, a la manera de Marx, Nietzsche, Macedonio Fernandez o Deleuze, que se salieron de la filosofía para poder filosofar. Así y todo, la filosofía siempre aconseja, y actúa como un sistema de autoayuda.

También es cierto que a veces el poema toma a la filosofía como punto de partida, pero si no se canta o si se pretende aconsejar a los otros, ¿cómo acumular la fuerza para dar el salto a lo Otro, lo desconocido?

Veo que, al fin y al cabo, vine a hablar de saltos, rupturas, transgresiones (como moda, deploro esos gestos); hablo de la ruptura de donde surge, en contadas ocasiones, el fulgor de la modulación del movimiento o el discurso, en sus variaciones múltiples, semejante a la que las Duncan y los Nijinsky o los Stravinsky y los Piazzolla procuraron en la danza y la música contemporáneas.

O la que los poetas o los pintores vienen protagonizando desde hace más de un siglo. Hablo de la poesía y del tango. Pero hablo de la transgresión de sí mismo, la que el poeta conoce y teme. La que el bailarín y la bailarina de tango conocen y temen. Tener poder, ser poseídos. __
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Comentarios

Unknown dijo…
Hebe, la diversidad y riqueza de los textos que encuentro en tu blog me obligan a decirte que necesito tiempo para disfrutarlo. Si me detuve en este texto será por vicio profesional. Y aquí encuentro coincidencias en el punto de vista que, espero, podamos intercmabiar en algún momento. Mientras tanto, a la espera de la publicación de mi modesto trabajo acerca del canto en el Tango, me da gusto hallar aqui, en una alta escritura, ideas a las que también he llegado.

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